viernes, 24 de febrero de 2017

Por un puñado de palabras

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Quizá no es cuestión de palabras, sino de tonos de voz, de los matices con los que las palabras llegan a tu oído, impactando en tu imaginación, en tu recuerdo, en tu memoria, en tu creatividad y tu lógica, en todas esas misteriosas regiones de la mente al unísono. Como aventar un recipiente de agua que en el aire se dispersa en un sinfín de gotas y como una bandada argéntea cae en picado, silenciando todo por una décima de segundo, deteniendo el tiempo, para después fundirse con el sueño suelo al caer, en una orquesta de sonido indescriptible, familiar, color azul grisáceo, que sentencia el momento y otorga el punto final, pero deja los ecos y las estelas de su periplo hasta ti. Entonces algo cambia. Te han tocado una cuerda y ésta comienza a vibrar con armonía. Casi puedo imaginar la forma de la onda y cómo va variando en el tiempo, en longitud y amplitud.

A veces la brevedad de un mensaje, la distorsión de una voz y las imperfecciones de este vehículo de ideas tan torpe como hermoso elevan la idea que portan a algo más. Evoca como en ecos, nuevas historias, nuevos contextos de interpretación, fantasías, sueños, certezas y sensibilidades. Te toca. Te agita y estremece. Te proyecta a un mundo vibrante, tan próximo y tan lejano... Se rasgan tus sentidos y se nubla el juicio. La mente ya navega sola sobre un lago sin nombre, suspendido entre las nubes, de aguas azules y mirada vidriosa. 

Caes en la cuenta. Es inspiración. Palabras (¿palabras?) que te han traído algo. Un obsequio en forma de esencias y tactos de allende. Viene de otro momento, del instante ignoto de una mañana de sábado que quizás esté por llegar, o quizás no llegue nunca, pero que es tan vívida que luchas por aferrarte. Sufres cuando esa canción entra en su parte final, como cuando esas palabras se extinguen en tu mente, sobrecogedoras, que te obligan a tomar aire profundamente y notarlo frío en los pulmones. Tus ojos se abren y miras al vacío. 

Ya se marcharon. Pero entonces queda el recuerdo de algo que nunca ocurrió. La melancolía del instante en el que fuiste feliz sin que importara nada más. 




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