lunes, 13 de febrero de 2017

Dos mundos

El descubrimiento. Esas voces que surgen en tu cabeza cuando todo lo demás calla. La sensación de flotar en el vacío cósmico del instante de paz que te regala una nota musical, el sonido de una hoja de papel al pivotar sobre el lomo al que va cosida con ese lamento quebradizo, frágil, color ocre, y el aroma que arrastra, mezcolanza de tintas, historia, maderas y sueños. Ese instante de paz con el que te obsequia una copa de vino maridada con una rosa sobre la mesa, contraste de rojos, granates, destellos y esencias. Es suspensión. Suspenderse bajo unas aguas en calma, a decenas de metros del fondo irregular y oscuro, a varios palmos de la superficie por donde el sol sumerge su mano y notas su tacto sobre los hombros, te acaricia para hacerte saber que está ahí, no muy lejos, que estás seguro, que disfrutes con los ojos cerrados porque el oxígeno no se consumirá, el tiempo no correrá, pero tu mente será consciente de los cambios. Te habrás apartado del tiempo, solo un tiempo. 

Descubrirás entonces sobre esas voces. Sus tonos y sus matices. Hablarán todas a la vez y podrás prestar atención a la multitud de conversaciones que desarrollen contigo. No vacilarás. Será un aprendizaje tan intenso como realista. Tan natural como etéreo. Evaluar la velocidad a la que se mueven las partículas... todas en calma, salvo si las miras muy de cerca. El encuentro entre esos dos mundos. Las dos caras. Los infinitos ángulos de un círculo. Todo integrado y ecuánime. Justo, como la sombra que proyectas. Bello como un suspiro. Definido como la nada. 

Fugaz, como un destello en las noches de verano que cruza la bóveda deslumbrando tus ojos. Dura un instante pero en tu mente quedará siempre. Despierta. Vuelves a estar aquí. Sigues siendo un morador de este mundo azul y verde que se te ha encomendado. Sigues siendo el único en tu navío. 


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