domingo, 16 de noviembre de 2014

La visión de Hrathiel - Parte III

Esperaron a la noche para cruzar la frontera imaginaria que dividía ambos países. Frontera que aún desprendía olor a batalla pues las tropas, igualadas en las últimas semanas, más que avanzar decantando por victorias la balanza de las contiendas, se desplazaban a lo largo de esta franja tratando de buscar ventaja táctica sobre el ejército rival y adoptar una posición envolvente.
La habilidad del grupo para detectar a lo lejos a vigías de ambos bandos permitía que se escurrieran entre la contienda como una serpiente de tres cabezas. Una vez en territorio de Norvea, avanzaron tanto como les permitió la noche. No durmieron en todo ese tiempo y sabían que los días que estaban por llegar resultarían duros. Athelstan preparó para ello una droga, el Zulún, a base de hierbas y mineral molido para mantener el sueño a raya y los sentidos despejados, aunque también sabían que en el momento que descansaran, sería por todo el tiempo acumulado y quizás algo más.
Varias millas pasada la frontera, encontraron los asentamientos de las tropas del frente enemigo. Alumbrados por la luna llena, descubrieron que el actual territorio de Norvea estaba por completo arrasado por la guerra. Los otrora frondosos bosques habían sido cruelmente deforestados por sus recursos y se habían erigido campamentos de millares de tiendas y decenas de guardias.

A lo lejos distinguieron las luces del campamento. En los restos del talado bosque se ocultaron y tomaron un breve descanso que aprovecharon para urdir un plan de infiltración. Hrathiel se ocultó tras un grueso tocón y sus compańeros esperaron tras él.

- Calculo que estamos en la antigua región de Otyr. La ciudad, Otyrcon, debe estar a un par de horas a caballo tras este asentamiento. Ygraine, ¿tú qué opinas?
- Opino que la luz se nos echa encima. Si no conseguimos entrar ahí deberemos escondernos y esperar el momento. Además las tropas deben estar en su última hora de descanso antes de partir a la batalla. Creo que es el mejor momento para entrar, cuando el sueño es más profundo y hay menos ojos mirando. - Mientras hablaba, la joven y curtida guerrera sonreía dejándose llevar por el frenesí de la incipiente acción.
- Muy bien. Demos un pequeño rodeo y encontremos el punto de la empalizada más apropiado. Después...
- Alto alto, camarada, se trata de infiltrarse no de cualquier modo. Diariamente hay traslado de heridos hacia las fortificaciones y la ciudad. Esos son quienes nos interesan, así que debemos entrar por la parte de atrás del campamento y suplantar a tres heridos graves que vayan a ser trasladados a Otyrcon.
- Y decidme, amigos míos, ¿no sospecharán sobre nuestro actual estado de salud? - el enano, especialmente preocupado por su entereza física, dejó caer la pregunta.
- Si es necesario, deberemos abrirnos heridas y causarnos hematomas. Quizá romper algún hueso. Solamente si es necesario... - Hrathiel trató de calmar a su amigo, quien súbitamente al oír la palabra "romper" palideció.
- Además tú eres nuestro médico de batalla. ¿De qué te preocupas?
- Me preocupa que por este teatrillo deba lastimarme una mano... y entonces tendré que sanaros con los pies o con los dientes.
- Bueno, los dioses decidirán. Apresurémonos que la luz no espera - concluyó Ygraine preparada para infiltrarse.

Cada medio centenar de metros un guardia custodiaba la empalizada, toscamente elaborada con maderos afilados. Ygraine esperó el momento oportuno y lanzó su puñal que voló silencioso hasta clavarse en el cuello del infeliz. Silenciosamente la vida se le escapó mientras la guerrera reptaba hacia el cadáver, recogiendo la antorcha que portaba y sus prendas superficiales. Camufló el cuerpo al pie de la empalizada y ocupó su lugar, vistiendo la larga túnica marrón típica de las tropas norveanas. La perfecta jugada no fue captada por los demás guardias.

Hrathiel reptó hasta ella relevándola con disimulo. Ygraine fue libre entonces para infiltrarse en el campamento.
Athelstan desde la distancia contemplaba a Hrathiel. Éste a su vez permanecía firme en su puesto tratando de mantener la antorcha lo suficientemente elevada como para que la luz evitase en lo posible al cadáver que escondía tras él en el suelo, aún caliente. Pasaron minutos que se le figuraron horas, días... hasta que los gritos en el campamento dispararon las alarmas.
Primero fue el revuelo. Después el caos de centenares de voces gritando de dolor y de pánico entre el humo, ante un vivo incendio declarado en la zona más abarrotada de tiendas del campamento. La guardia de la empalizada, forzada a ayudar, abandonó sus puestos. Hrathiel señaló con la antorcha y el enano echó a correr hacia él, consciente de la señal. Ambos permanecieron pegados a la empalizada, habiendo extinguido la llama de la antorcha.
El fuego no cesaba de extenderse. El olor a aceite y carne quemada se extendió rápidamente mientras esperaron escasos minutos hasta que Ygraine apareció por el mismo hueco por el que se había colado. Sangraba abundantemente por una brecha en su frente haciendo que la mitad de su rostro estuviese completamente teñido de rojo. Vestía con una amplia túnica en cuyo pecho se dejaba ver el dibujo que ahora la identificaba como cuidadora de enfermos. Localizó a sus compañeros y se acercó decidida portando un madero en llamas que goteaban aceite en una mano y en la otra un petate aparentemente pesado. Antes de dejarles si quiera hablar les arrojó el bulto.
- Ponedlo, rápido.
Obedecieron. Athelstan al poco vestía como uno de los soldados de vanguardia mientras que Hrathiel, con una túnica suelta que goteaba aceite, se había caracterizado de curandero.
- ¿Y ahora qué? - farfulló el enano, a quien aún le temblaban las piernas.
- Disculpa - Ygraine agarrando con ambas manos el madero golpeó con fuerza la cabeza del enano, dejándolo inconsciente en el acto.
- ¡Pero qué...!
- Tú préndete fuego y déjate ahumar. Después apágate y hazte el desmayado, que voy a buscar a las auxiliadoras - Hrathiel comprendiendo obedeció de mala gana. El aceite impregnado en su túnica hizo del fuego algo incontrolable, haciéndole rodar por el suelo tratando de extinguir las llamas. Para cuando lo consiguió presentaba un aspecto lamentable, quemaduras en los brazos y la cara y síntomas de intoxicación.