Y lo olvidé.
Hubo un tiempo en el que mis ojos no estaban cubiertos por la cotidianidad, por metas absurdas, deslumbrados por el brillo de la estrella del éxito que siempre se persigue y nunca parece estar lo suficientemente cerca.
Hubo un tiempo en el que los sueños eran el lugar donde aprender, donde vivir otra vida, donde zambullirse y soñar. Aguantar la respiración unas horas y viajar por otro universo, bañado en otras verdades, para después emerger y recordar el periplo.
Hubo un tiempo en el que hablaba el idioma de la sensibilidad. En el que la espontaneidad suplantaba a la timidez. Ese tiempo en el que se podía ver el reflejo de los demás en uno mismo, y a uno mismo en los demás.
Hubo un tiempo de escritura, de amigos, de esencias y momentos. De vivir inocencias y de no pensar en consecuencias. Momentos de fuerzas de inercia. De dejarse arrastrar por las corrientes del azar y descubrir, que tal azar es un sabio.
Hubo un tiempo de historias, de números y suspiros. De teclas de piano y cuerdas de guitarra. Tiempos de sobrecogerse y tiempos de derrumbarse. Tiempos de tener la mente a cientos de kilómetros, de sentirse encadenado en una prisión de huesos y tejidos. De maldiciones. De egos y ellos.
Hubo un tiempo de ciencia. De consulta de libros, de teorías imposibles. De descubrimientos teñidos de bohemia e ilusión. De búsqueda por el placer de buscar. De iluminación.
Hubo un tiempo en el que fui poeta, y lo olvidé.
[...]
Abandonando el miedo, armando al valorque sus lágrimas llevaban su nombre,
a la luz de la luna llena, ella confesóque su muerte se llamaba amor.[...]