domingo, 24 de diciembre de 2017

Epílogo 2017 (parte I)

Se van quedando tantas cosas en el tintero que resulta imposible no intentar si quiera rescatarlas en un par de humildes textos que vengan a ajustar las cuentas de un año cargado de momentos. Aunque originalmente este fragmento nacía con la intención de ser una felicitación genérica e impersonal a todo aquel que tuviese a bien leerla (y al que no, también, aunque jamás tuviese constancia de ella) creo que el cuerpo me pide algo más. 

Y es que es demasiado fácil recurrir a ese compendio virtualmente infinito de imágenes cargadas de brillos, vídeos mal editados y grupos de contactos en distintas redes sociales para, con un par de toques de pulgar, cumplir con familiares, amigos y dejar uno su conciencia tranquila en lo que se refiere a la obligatoria labor de saludar y desear lo mejor en la víspera de la fiesta. No lo tomes como una crítica, lector, que sé que lo has hecho tú también al igual que yo mismo. Es solo que este año no me apetecía esa mecánica. Este año en vez de enviaros una felicitación así, dejaré ésta por escrito y os invitaré a dedicarle un minuto, para que en ese maremágnum de "Feliz Navidad", "mis mejores deseos", "igualmente" y vídeos de gatos, haciendo cosas de gatos pero con la inenarrable mejora de un disfraz gatuno de Papá Noel, además tengáis unas cuantas palabras de alguien que pensó en todos y cada uno de vosotros mientras las escribía. 

Meowy Chrizztmazz!

¡Teclado, nieve y canción! ¡Empezamos!





Imagino, lector, que estás en casa, rodeado de las personas que te quieren que bien pueden ser familia, amigos, un batiburrillo de éstos o algo quizá más discreto. Habrá luces, mucho color rojo, copiosos menús que luego nos arranquen unos cuantos ayayais, música y muchas sonrisas. Preparativos para los eventos que están por venir, pues hoy no es más que el comienzo. El primero de una sucesión de días de celebración en lo que no terminamos de tener claro, por mucho que digamos que sí, qué es lo que estamos celebrando. Miramos de soslayo la posibilidad de que sencillamente nos guste el ambiente festivo y que aunque no interioricemos los valores que hoy la cultura de occidente enarbola a golpe de villancico, buenos propósitos y tradición, somos partícipes de ello como los que más. 

Nos merecemos unas fiestas. Echemos la vista atrás y descubramos cómo a lo largo del año hemos lidiado con numerosos problemas, dificultades, momentos tristes, tensos, poco agradables o incluso indiferentes. Pero también nos llevamos un buen surtido de grandes recuerdos, de esos que también en soledad nos despiertan una sonrisa, que quedaron plasmados en fotografías, vídeos o vivencias que ya nadie nos borrará del corazón. Si de hoy debemos sacar algo es sin lugar a duda un cóctel de todo ello y servírnoslo en compañía de toda esa gente a la que queremos mientras recordamos especialmente a la que ya no está, a la que tenemos lejos en la distancia o en el tiempo y la que ha contribuido en algo en nuestras vidas con sus palabras, su tiempo, su obra o su sonrisa, aunque sean completos desconocidos. 

Es la noche de embriagarse con lo bueno que hemos pasado y soñar con lo bueno que está por llegar. Puede que no sea un camino de rosas, porque nada lo es, pero ahí estaremos para sortear y superar los obstáculos que se nos pongan por delante y contar con la gente que te quiere para recibir el empujón necesario y dejarlo atrás.  

No olvides brindar con ese cóctel por ti mismo, lector. Por la mejor versión de ti mismo que fue y principalmente por la mejor versión de ti mismo que será, pues siempre está por llegar. Si hay un día para hacerlo, es hoy. 

¡Felices fiestas!








No hay comentarios:

Publicar un comentario