sábado, 26 de julio de 2014

La visión de Hrathiel - Parte I

Era noche cerrada cuando los portones de la posada El Zorro Tuerto fueron abiertos con fuerza dejándole pasar poco después. Pasó y con idénticas energías cerró tras de sí. Un rápido vistazo reveló una observación fácil y evidente: casi siempre las mismas caras y situaciones. El tabernero, enclenque y avaro, limpiando la barra tras la que estaba con una gamuza si cabe aún más sucia, contaba la historia del nombre de dicho lugar. Cómo tensó el arco y disparando el proyectil fue a clavarse en el ojo derecho de ese rojizo ejemplar coincidiendo éste con su cabeza al mirar hacia atrás. Y siempre señalaba con orgullo la piel de zorro sobre su cabeza, en sitio destacado y algo deteriorada por la edad. Lo cierto es que las cervezas y los licores eran pasables en ese lugar y nunca faltaban parroquianos que entre jarra y jarra se evadían de sus monótonas vidas en compañía de alguna de las muchachas o de efímeras amistades. 

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Entonces llegó Hrathiel. Caminó hacia su mesa de siempre y se sentó a esperar. No le hizo falta llamar la atención de nadie para que al poco tiempo una jarra bien cargada fuera depositada en la mesa, previo pago de dos o tres monedas. Después esperó, pues se había citado allí con alguien, como solía hacer cuando un cliente esperaba de sus servicios. Esa noche, pensaba, no sería muy distinto. Quizás escoltar una caravana, expulsar alimañas de ciertos terrenos o con suerte una campaña algo más larga que le hiciese conocer mundo. 
Andaba ensimismado pensando cuando su cita llegó. Discretamente atravesó el portón y fue a dar con sus huesos a su mesa tras ojear tímidamente alrededor. 
-... ¿Sois vos... Raziel? - preguntó en voz tan baja que incluso a él le costó escuchar. 
- Hrathiel - matizó éste, dotando a la palabra del par de matices que todo el mundo olvidaba (u obviaba) pronunciar al decir su nombre. - ¿Qué desea de mí, buen señor Lotario? En su carta no especificó gran cosa. 
Lotario acercó un taburete a la mesa y con disgusto se sentó sobre él, notando al momento cómo la tela de su pantalón quedaba adherida a la mugre que reinaba en la superficie del mismo. 
- Bueno... creo que sois alguien a quien no hay que marear - dijo el anciano, tratando de introducir el tema con la mayor brevedad. Mesó después su larga barba blanca y quitó el sombrero de su cabeza, dejando a la vista una calva reluciente y sin rastro de cabello. - No quise poner nada en la carta que dejé en su buzón por miedo. Así que preferí contarle todo aquí. 
- No hay objeción. Decidme. 
- Veréis, la tarea para la que me veo obligado a contrataros requiere de discreción y presteza. Como sabréis, cerca de la frontera como estamos, la guerra por la conquista de los enclaves telúricos día a día se vuelve más encarnizada. De aquel lado, el pueblo de Norvea, lleva presionando durante décadas ganando territorio lentamente. Mientras que aquí, el rey de Gyana comido por las deudas es incapaz de pagar a sus ejércitos y eso nos debilita, haciéndonos perder terreno. 
- Hasta ahí la historia que conozco, innecesariamente resumida y expuesta. Proseguid, por favor - interrumpió, buscando más el grano que la paja. 
- Sí, sí, disculpad caballero. Tengo algo en territorio de Norvea que me es muy necesario. Me preguntaba si dentro de vuestras ocupaciones entra el penetrar infiltrado tras líneas enemigas y rescatar mi precioso objeto. 
Perplejo, Hrathiel dirigió una mirada incrédula. Ordenó sus ideas y priorizó sus preguntas mientras ambos guardaban silencio. 
- Bueno... pero ¿de qué se trata, dónde está y cuánto estáis dispuesto a pagar por ello?
- Conoceréis desde luego el monte Ghan, volcán apagado desde que se comienzan a tener registros escritos... - Hrathiel reprimió preguntarle qué demonio se le había perdido en un volcán, dejándole hablar - En sus faldas hay acceso al interior a través de toda una red de cuevas y pasajes laberínticos conducen a una sala principal donde se encuentra una piedra que llegó de las estrellas. No es más grande que esta jarra, pero pesa como un jabalí. La distinguiréis por ser de un color rojo como de sangre y guardar cierto brillo incluso en total oscuridad. 
- Son muchas leguas hasta allá. Por no hablar de cruzar toda la guerra. Lo digo porque habéis respondido a dos terceras partes de la pregunta, y aún falta algo más por saber... 
- Veinte veces mil monedas de oro, recién acuñadas.
Hrathiel a duras penas pudo disimular la emoción. No obstante se mantuvo frío. 
- Tres veces más, pues necesitaré ayuda de mis dos compañeros. Sesenta veces mil monedas. Una tercera parte al principio, como siempre. 
Lotario resignado se llevó mano al bolsillo, que evidentemente estaba vacío en ese momento. Rascándolo y mesando su barba con la otra mano finalmente suspiró. - ¿Eso significa que aceptáis?. 
- Aceptamos. 
- ¿Cuándo partiréis? 
- Al tercer día tras el primer pago. 
- ¿Cuándo volveréis? 
- Nos llevará más de un mes, si no son dos. 
- Tendréis la primera parte de lo estipulado mañana a la mitad del día. 
Hrathiel asintió satisfecho y pensativo. - Lotario... ¿por qué arriesgaré mi vida y la de mis amigos? ¿qué es esa piedra? 
Lotario sonrió mientras se levantaba, comprobando en efecto que el taburete se resistía a soltarle por efecto de algún pringoso vertido. - Algo que cambiará el curso de la guerra, espero. Buena noche. - Se colocó nuevamente el sombrero y acto seguido abandonó  la posada evitando más preguntas. 
Hrathiel acabó con su bebida y salió igualmente pasados unos minutos. El frío crecía, pues el otoño se cerraba en la comarca y la lluvia comenzó a caer tímidamente, haciendo que desplegara su capa carmesí y se la ciñera al cuerpo. Escuchó a su intuición, como solía hacer al principio de cada trabajo. No hablaba nada bueno. 

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