sábado, 6 de junio de 2015

Destellos de lo inevitable

Como se desprenden las hojas de los árboles, como la luz se extingue ante la inmisericorde noche, como el paso del tiempo intercambia nuestra inocencia por arrugas en el cuerpo y en el alma. Así ocurre lo inevitable. Esa palabra, amarilla y vibrante, que emana el olor de una carga eléctrica y tiene el tacto del hielo agrietado. Ese molino de viento que algunos nos obcecamos en transformar en gigante para cargar contra él y perder una y otra vez.

Y cuando eres consciente de la derrota, en un segundo round te enfrentas a la realidad, regresar al camino de la correcta perspectiva. Comprendes qué es lo realmente importante en este mundo y qué es lo superfluo. Que ese castillo de naipes que construyes apunta a las estrellas, pero basta con que falle una de las primeras cartas que pusiste como para que todo se venga abajo.

Pero el mundo sigue siendo azul, sigue orbitando, sigue igual e inexorablemente su camino. Como se desprenden las hojas, vuelven a salir. Como la luz claudicó, volvió a erguirse victoriosa en la mañana. Como el anciano que revive su niñez en el ocaso de sus días. Y también eso es inevitable.

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