domingo, 22 de febrero de 2015

Gratitude



Hoy he hecho una pausa. He detenido el tiempo, me he salido del camino dando un paso a un lado y he echado la vista atrás. He visto fotogramas de la historia que voy creando. Esa sensación que llegó súbitamente fue de muchos colores. Mi hardware no falló cuando pulsé Play y pude escuchar sonidos, diálogos y ver a los personajes moverse otra vez. Sonreír, hablar, en la cotidianidad, en lo excepcional. Lo mágico. Fue de muchos colores. 

Llegó a mi nariz el olor de sus timbres de voz, el tacto de sus miradas, el frescor de sus esencias y sus virtudes. Esos personajes. A veces fantasmas, a veces ángeles. Quebradizos intentos de agarrar lo que fue, mientras caprichosamente el tiempo se escapa entre los dedos, como quien agarra un puñado de arena de playa, pero cuanto más aprieta menos tiene. Cuanto más se aferra, más está cayendo. Y no tiene ningún sentido. 

No se puede detener. Si no sigo caminando, no seguirá escribiéndose la historia, así que he de volver. He de reanudar el tiempo de nuevo y dejar que todo siga su cauce. 

Pero qué hermoso es tomarse un respiro y disfrutar del arcoíris. 

domingo, 15 de febrero de 2015

Cursed by beauty

¿Conocéis esa sensación de querer escribir pero no saber el qué? Eso suele apartar a los mediocres del papel, físico o digital. Pero el genio creador, calibrando su pluma y dosificando su prosa con el fin de no llevar al lector demasiado pronto al éxtasis literario, gota a gota derrama tinta sobre el folio, dejando que las palabras le vayan guiando libremente hasta ese tema del que aún no sabe que quiere hablar.

Bien. ¿Hace un nuevo post?

CARL: ¡Votos a favóh!
TODOS: ¡Yoooo!
CARL: ¡Votos en contra!
???: ¡Yo no!

~



Todas mis hermanas han muerto. Yo he logrado escapar, con agua suficiente como para sobrevivir durante algunos días. 

Nos sacaron de nuestros hogares y amontonaron como mercancía a la intemperie de este desolador invierno. Solamente a las más hermosas de entre nosotras, pues a las débiles, a las menos bonitas y las que, según su criterio, no eran dignas, las repudiaron mucho antes. Durante días nos preguntábamos el porqué de esta locura y por qué nadie hacía nada al respecto. Alguien nos traía alimento a diario y con desprecio nos instaba a permanecer hermosas y voluptuosas, mientras en nuestras mentes nos imaginábamos lo peor. Acabaríamos en los aposentos de cualquiera que se dignase a pagar a nuestro nuevo dueño el precio que nos quisiera hacer valer. De pronto ya no éramos seres vivos, éramos mercancía, capricho, objeto de deseo y alivio. 

La mirada de mis hermanas y de las otras compañeras reflejaba el horror de esa realidad. Nos abrazábamos unas a otras, trémulas y llenas de congoja cada vez que uno de ellos entraba en el recinto donde nos mantenían cautivas, cuchillo en mano, y nos echaba un vistazo con ojos cargados de lascivia y avaricia. Nos controlaban a todo momento. No éramos capaces de movernos un ápice sin que ello escapara de su control. 

No tardó mucho en llegar el horror. Cuando ese recinto frío y apartado de todo nos comenzó a resultar familiar, por parejas entraban y literalmente nos arrastraban al interior de esa fábrica de muerte. No hubo una sola de nosotras que no gritara con todas sus fuerzas, presa del horror, pero ellos parecían sordos a nuestros gañidos y lamentos. Como implacables autómatas y tratando de no lastimarnos, de no marcar nuestra belleza con algún rasguño o golpe, nos hacían pasar por grupos a su centro de operaciones, donde nos prepararían para esa esclavitud a la que nuestra belleza nos había condenado. 

Debo reconocer su destreza a la hora de defenderse de nuestros ataques; efímeras  maniobras que únicamente acababan con arañazos superficiales y grotescos improperios en el peor de los casos. 

Recuerdo con horror cómo me separaron de todas las demás. Cómo perdí el contacto físico que hasta ese momento me ataba a mis hermanas y me arrastraban a ese deshonroso cuarto. Recuerdo el hedor de aquel animal que ni siquiera mostró una mueca de aprecio ante mi desnudez, ni una sonrisa, ni una mirada de deseo. En su lugar solamente pude distinguir una expresión de apatía, de aburrimiento y de rutinaria indiferencia mientras me cubría con hermosas galas. 

Cuando hubo acabado conmigo me miró de arriba a abajo y con un gutural sonido de aprobación - que entendí que era el visto bueno - me arrojó con todas las demás, igual de engalanadas que yo. Nos mirábamos aún incrédulas. Muchas sollozaban, otras comenzaban a palidecer o incluso desfallecían. 

Tuve suerte. Fui escurriéndome hasta el final mientras por grupos apartaban periódicamente a unas cuantas. Quedé de las últimas y eso fue lo que me salvó, o me terminó de condenar. Cuando quedábamos tan solo unas pocas pude arrastrarme y esconderme, reptando casi invisible y desluciéndome por completo hasta casi llegar a lo que parecía ser una salida. 

Allí, escondida, fui testigo de cómo reducían nuestra esencia a dinero, al frío y pestilente dinero que todo lo mueve. Agazapada vi entrar a un caballero, vestido de traje, con zapatos brillantes y gesto de prisas. Sin duda un cliente, que tenía algo que celebrar. 

- Buenos días - dijo él al poco de cruzar el umbral, revelando su voz cierta urgencia. Uno de nuestros captores lo recibió, con malos modales, levantando sencillamente la cabeza, esperando el encargo. El gentil y apuesto caballero, sacando su billetera preguntó:
- ¿A cuánto está el ramo? - el que le atendía, contestó. 
- A 45 la media docena - y el caballero asintiendo en el momento que recibió la información sacó un billete. 
- Póngame uno. 

Y así vi a seis de mis hermanas marchar, pasar de manos mientras en sentido opuesto cruzaba un billete. Marcharon temblorosas y hermosas, rumbo a adornar una lecho, a sorprender a una dama, a servir de pretexto para una inolvidable noche de pasión.  


Cursed by beauty - 300